
El sonido de la calle llega amortiguado y en la habitación pesa una atmósfera fabricada de humo, basura y mi olor corporal envasado desde hace setenta y dos horas en ella. Tengo la sensación de estar en una pecera.
No ha llamado nadie.
No ha venido nadie.
No tengo ganas de que aparezca nadie.
El único motivo que me impulsa a moverme del sillón es la visita al cuarto de baño, ineludible.El tiempo pasa igual que el sonido de un proyector de películas, clac-clac-clac-clac…no parece que vaya a terminar nunca de pasar-no-avanzar así, monótono, uniforme y tan uniforme que no importan cinco minutos más iguales a los anteriores. Nada indica que sea otro momento distinto, he vivido todo este tiempo el mismo momento resbalándose entre las horas, sólo han cambiado las imágenes de la tele y esa variación es lo que hace que todo sea igual que hace un rato, igual que el rato siguiente.
La televisión encendida atrae mi mirada como un imán, no puedo fijar la vista en otro punto y, mientras tanto, pienso que no pienso en nada, las ideas discurren aletargadas, diluidas y vacías como pompas, como los colorines que salen de la tele y aparecen y desaparecen en las paredes del salón. No ha pasado nada en mi vida que me haya llevado a quedarme aquí, precisamente eso, nada pasa en mi vida que me impulse a ir a otra parte, a salir de este salón.
Podría hacer algo, A-L-G-O. Y ése es otro problema, porque si realmente quisiera hacer algo, no pensaría en ello sino que querría hacer algo concreto, es más lo estaría haciendo, que ya no hacer algo es por eso ALGO. Así que he llegado a la conclusión de que me estoy mintiendo y que estaré aquí cinco minutos más, y luego otros cinco y así hasta que surja en mí alguna iniciativa que venza mi actual apatía…aunque aún no sé a favor de cuál me decantaré; al final yo decido pero ¿y si no lo hago?¿Seguiré aquí, tirada en el sillón o me levantaré como un resorte para hacer lo que se me ocurra?
No quiero pensar en por qué optaré entonces, quiero escoger sin pensar, instintivamente, por eso sigo en este estado vegetativo mirando la televisión e intentando dejar la mente en blanco sin que se crucen siquiera pensamientos tan fútiles como éstos. Como un lama deja en suspenso su espíritu y voluntad en los paisajes del Tibet, yo me abandono a los bucólicos anuncios de compresas, a los filmes basados en historias reales y rodados en zona residencial americana, a las pupilas giratorias de Marujita y las echadoras de cartas rubias oxigenadas de la cadena local.
Todos me hipnotizan.
Todos me importan un bledo.
Encima de la mesa hay un revoltijo de envoltorios de plástico, restos de comida, vasos con posos resecos de café y colillas amontonadas en un cenicero donde ya no se ve la frase “Recuerdo de Galicia”; sobre este panorama una chica con dientes de un blanco imposible me recomienda una pasta dentrífica desde la pantalla de la tele. Deben ser alrededor de las seis, está comenzando una película del oeste y eso sí que no, aunque cuando enciendo este maldito aparato ya soy incapaz de apagarlo y me comporto como una autómata, no soporto las historias de indios y vaqueros; cambio de cadena, anuncios, esto ya está mejor, programa de “actualidad”: sucesos escabrosos, crónica del corazón, moda y testimonios de gente desconocida.
Me pregunto qué hago yo aquí, delante de la tele, dejando pasar las horas indolentemente, escuchando la vida de otros y sin hacer nada por la mía…