
Me acuerdo ahora de que en el instituto hicimos una noche un pasaje del terror.
Queríamos sacar dinero para ir de viaje de fin de estudios y era la moda, acababan de poner en el Tívoli el pasaje del terror y para unos chavales de 13 años esto era la novedad del año.
Nos salió un recorrido muy guapo, con todos los personajes de película de los 80 y los que se nos ocurrieron, cerdos, deformes y hasta un cristo que se arrancaba de la cruz. Sobre la mesa del profe pusimos a la niña de El Exorcista y todo el pasillo lo forramos con bolsas de basura.
Recuerdo que queríamos hacer un cerdo de verdad pero como no había mucho presupuesto por no decir ninguno, me fui a la carnicería de mi barrio y Ani la carnicera me trajo del matadero la cara de un cerdo. Al principio ni me atreví a tocarla directamente, era una densa capa de carne real, con su cogote, las orejas, los huecos de las cuencas de los ojos, el hocico, la boca. Estuvimos pensando qué hacer con ella, colgada no hacía mucho efecto, la gente iba tan atropellada que ni siquiera reparaba en la imagen de esa cara colgada. Probando, probando, se nos quitó el asco y la careta comenzó a rodar de mano en mano, hasta que concluimos que lo mejor era ponérsela...una cara sobre una cara, esa carne roja muerta cubriéndote...