miércoles, enero 23, 2008

LA HUELLA


Miguel salió de su casa como cualquier otro día, despreocupado y sin muchos motivos para estar ni enfadado, ni contento, tenía que hacer unas cuantas cosas aunque aún no había decidido en qué orden las iba a llevar a cabo, lo pensaría por el camino.

La noche anterior había llovido en la ciudad y esa mañana las aceras estaban mojadas. Miguel atravesó la carretera y llegó hasta el otro lado de la calle donde comenzaba un destartalado parque de barrio con aspecto abandonado; tenía varias filas de árboles que intentaban simular una alameda sin mucho éxito, la mayoría de ellos estaban secos y con ramas tronchadas, no habían tenido la oportunidad de crecer mucho, un seto rodeaba el alargado parque y servía de frontera con la acera. Completaban la estampa algunos bancos de madera llenos de inscripciones y desperdigados por el recinto y un grupito de columpios oxidados que aún mantenían gotas de la lluvia nocturna.

El día acompañaba en todo al desamparo que inspiraba el parquecillo, el sol estaba cubierto por unos nubarrones grises y corría algo de viento. Miguel se adentró en el parque y empezó a caminar por él sin prisa, con las manos en los bolsillos y mirando sin ver las puntas de sus zapatillas de deporte (la abuela siempre le reprendía por ello y le decía que andara con la cabeza erguida), divagando. De pronto, se fijó que en el albero húmedo aún que cubría esa zona se dibujaban unas huellas de calzado que le antecedían y le resultaban familiares. No empezó a sorprenderle este hecho hasta que comprobó que curiosamente estaba haciendo inconscientemente el mismo recorrido que iban marcando las huellas, entonces, divertido, se paró y se giró.
"Casualidades de la vida", pensó al ver que al andar precisamente había colocado sus zapatos sobre las huellas, de modo que parecía que una sola persona había pasado por allí. Miguel se volvió y siguió adelante, de repente paró otra vez, sin terminar de saber por qué se entretenía en algo tan nimio. Miró los pasos que había dado y se dió cuenta de qué era lo que le extrañaba. Las huellas que quedaban tras él eran idénticas a las que había delante, formaban la misma figura y sus zapatos coincidían exactamente con los del anónimo paseante que caminó antes que él por este mismo sitio.

Continuó su paseo un poco más aprisa, mirando estupefacto cómo, sin proponérselo, su pisada se dirigía automáticamente hacia el molde que había en la arena, una y otra vez, un paso tras otro, llegando al otro extremo del parque; ahora eran las baldosas de la calle las que recogían una marca de tierra estampada por suelas de goma, igual a la suelas de sus zapatillas. Miguel volvía la mirada constantemente hacia atrás, ya no le hacía tanta gracia la situación, que cuanto más se alargaba se tornaba más extraña. Esta coincidencia estaba durando demasiado para serlo, así que cuando dobló la esquina Miguel ya estaba un tanto nervioso.

Al alzar los ojos unos metros hacia delante quedó petrificado, las pisadas se iban atenuando paulatinamente para después resurgir esta vez formadas por el agua de un charco que había en la acera. Decidió cambiar el rumbo, giró a la derecha y pasó entre dos coches pero las huellas ya se habían adelantado y marcaban esta precisa bifurcación del camino proyectado. Corrió por ellas cruzando la carretera y rápidamente volvió a cruzarla en sentido inverso, pero ellas ya estaban allí. Miguel empezó a sentir miedo, "un miedo ridículo" pensaba, pues no sabía muy bien si aquello era una jugarreta de su propia imaginación, que estaba llegando más lejos que de costumbre o si pasaba más allá de su mente, en el mundo real. Continuó corriendo cada vez más, intentando amagar los pasos dibujados en el pavimento en el último segundo, la gente se detenía a observarle pensando que era un chiflado, él saltaba a la pata coja, luego con ambos pies, como si estuviese jugando en los cuadrados de tiza que pintan los niños en las calles...trazaba curvas, saltaba sobre los coches, incluso se colgó en las espaldas de un transeúnte que ya tenía dibujada una marca de zapato en su pantalón.

"Esto es demasiado", Miguel salió despavorido, el pánico le empezaba a ahogar, todo era tan esperpéntico que no se le ocurría nada para frenar la situación. Se quitó los zapatos pero ahora las huellas eran de la tela mojada de sus calcetines y unos suaves óvalos se distinguían entonces en el suelo. Se paró, las huellas le indicaban que tarde o temprano echaría a andar, o a correr, o... Sólo le quedaba una posibilidad de escapar de los pasos marcados. Con determinación entró en uno de los portales y subió al ascensor, con los ojos cerrados pulsó uno de los botones sin saber a qué planta correspondía, atravesó en dos zancadas el rellano sin mirar al suelo, subió el primer tramo de escaleras hasta el descansillo y allí se encaramó al ventanal.

Durante unos segundos estuvo tentado de mirar si las huellas habían adivinado a qué piso iba a subir o si las habría burlado pero estaba seguro de que no podrían seguirle en este recorrido. Con una sonrisa autosuficiente se lanzó al vacío desde la ventana; lo último que vió fue una mancha de sangre desparramada ya en la calle. Lo que los forenses no pudieron determinar fue la planta desde la que Miguel se lanzó.
No encontraron ninguna huella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde luego, se puede decir que sabes mantener la atención hasta el final.

Unknown dijo...

hombre! no puedo creer que un polemista como tú se rebaje a hacer casi un cumplido...jeje espero tu pero. Saludos